El 18 de Julio, fecha que
a Rafael hubiera hecho reír, un numeroso grupo de excursionistas,
montañeros y escaladores, de todas las épocas y de distintas
sociedades, nos reunimos en el collado del Contador, para rendir homenaje
a este hombre que dedicó toda su vida al servicio a los demás.
El objetivo fue cumplir su deseo y esparcir sus cenizas al viento, sobre
aquellas montañas que tanto amó. Fiel a su forma de ser,
dejó escrito en su testamento, que, a cada coche que llegase hasta
el inicio del sendero, se le entregase mil pesetas para sufragar holgadamente
el viaje en automóvil, herencia que cobramos todos los conductores
religiosamente. Imposible no hacerlo e incumplir su última voluntad.
Vino luego el emotivo acto junto al solitario árbol que domina
el paso del contador, donde lanzamos al viento de las Ventetas, de Rabosa,
de Catí, y del recóndito valle de Exau sus cenizas, tras
leer el breve responso.
Rafael… no
hace mucho te dije que no lloraríamos tu muerte, pues el que
hoy estemos aquí, en este collado del Contador, ni para ti, que
así lo quisiste, ni para nosotros, puede ser motivo de tristeza,
porque lo que esta mañana se palpa en este ambiente, no es otra
cosa que una dulce y sana envidia ante el ejemplo de dignidad, entrega
y humanismo, que nos has dado durante toda tu vida.
Llegados a este punto, y al uso, según lo acostumbrado en estos
casos, deberíamos hacer una glosa sobre tu personalidad, destacando
tus virtudes y alabando tu historial humano y deportivo, pero sería
absurdo pues, los aquí presentes, hemos tenido por igual la suerte
de saberte amigo.
A propósito; perdónanos por no haberte dicho que el amigo
Florencio, hace dos meses que está aquí mismo esperándote.
… Ya sabes, no queríamos apenarte con ello, pero seguro
que ya lo has visto, y hasta es posible que ya tengáis preparada
alguna actividad. Seguro, que hay más gente que se alegra de
verte…
Saludos a Riquelme… a Civera… a Avilés…, en
fin, a todos los que ya formáis un grupo muy especial de montaña
en los corazones de quienes seguimos esperando la última ascensión.
No lloraremos tu muerte, porque a partir de hoy estarás donde
siempre quisiste estar, rodeado de montañas, inmerso en ellas…
y aquí estás: de un lado las sierras de la Hoya de Castalla,
Despeñador, Planises, Maigmó… del otro Elda, tu
pueblo… y nosotros.
Y en medio, esa línea pétrea y vertical que divide en
dos el horizonte, al sur del Cid y que siendo sólo una roca,
lleva trazado un camino en memoria tuya: La vía Rafael Vercher
en la cara sur de esta montaña que nos envuelve y domina.
Si miras al fondo, sobre el valle y en su lado Oeste, verás que
la cabaña “Nevada”, tu cabaña Rafael, ya está
en pie y pronto será habitable. Recuerdo tu sonrisa de hace unos
días, cuando viste las fotografías y supiste de su construcción
en tu honor.
Hay tantas cosas que hacen referencia a ti, Rafael, que será
difícil olvidarte, incluso para quienes no te conocieron.
Dentro de pocos instantes esparciremos tus cenizas sobre esta montaña
que tanto has amado. Quienes no sepan del espíritu montañero,
pensarán que ya está, que todo ha terminado, pero tú
y también nosotros, sabemos que no es así. Todo sigue
igual. Se llevará quizá, el viento, el polvo de tus cenizas,
pero siempre algo de ti, quedará prendido en las agujas de los
pinos, en el esparto… o en la flor de un romero.
Todo sigue igual porque la verdadera esencia de un hombre, no se resume
en, el tan argumentado “polvo eres y en polvo te convertirás”.
Porque, para nosotros, tu esencia, es tu obra, la obra de la vida que
supiste construir dándote a los demás, y ese ejemplo,
te aseguro que no caerá en vano. Hoy mismo está aquí
presente…
Atesoraste Amistad y Respeto y… ¡Aquí los tienes!
¡Que envidia te tenemos!
Por eso no voy a llorar, pues nos hace felices tu ejemplo. Hasta siempre
Amigo.
¡Te queremos!
Fue luego también de obligado cumplimiento,
el almuerzo que dejó contratado en un restaurante, donde después
de bajar de la montaña, nos reunimos alrededor de una larga mesa
para dar cuenta de las viandas y recordar las muchas vivencias que dejó
el amigo y compañero Rafael, ante el asombro de los clientes que
llegaron al local y no podían creer que aquello fuese por un difunto.
Realmente no lo fue, pues de alguna manera, los hombres como Vercher nunca
mueren, se quedan impresos en las buenas conciencias de la gente, que
como él, aspiren, algún día a alcanzar su misma nobleza.
Collado del Contador, 18 de Julio de 1998
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