Para ver caras grandes y duras no es necesario desplazarse mucho. Sin salir de nuestra ciudad o de nuestro pueblo podemos disfrutar, fuera de dudas, de una amplia diversidad de ejemplares varios y excelentes. Rostros inasequibles al rubor, duros como aleaciones de titanio, grandes como barrigas cerveceras, largos como hipotecas…
No creo necesario extenderme más en la alusión y en la descripción de estos especímenes, por estar convencido de que todos, alguna vez, hemos tenido la oportunidad de comprobar las sorprendentes propiedades de la sustancia biológica implícitamente citada en el presente texto introductorio.
Pero no todas las caras duras tienen la misma consistencia, ni los mismos efectos sobre el entorno o sobre quienes las contemplan. Las hay de carne, sí, que es en algunos casos muy, muy dura, pero también podemos encontrarlas de alabastro, de mármol, de granito, de acero, bronce o diorita entre otros materiales. Eso sí, todos ellos más blandos y flexibles, que los antes citados. Y más gratos de ver.
Para comprobarlo podemos recurrir al basto legado escultórico de la humanidad, en cualquiera de los ámbitos en que se manifiesta.
Eso es, precisamente, lo que os vengo a proponer ahora. Si no ¿de qué este rollo?
Dado que estamos inmersos en una sección dedicada al senderismo, y pese a mi natural tendencia a no mezclar las churras con las merinas, sugiero ahora, y sin que sirva de precedente, una fusión, un mix, entre esta sana práctica y la contemplación de una curiosa colección de caras pétreas.
Se trata, dicen los que entienden, de Land Art, palabros ingleses, que vienen a definir una corriente artística del siglo XX consistente en hacer arte, usando elementos del entorno, en espacios abiertos. Hay quienes lo llaman “Arte terrestre”, Arte de la construcción del paisaje” etc… Para más información al respecto, sugiero que hagáis lo que hago yo: Acudir a un experto, si lo tenéis a mano, y si no, Wikipedia o similares, monitor o papel.
Existen muchas expresiones (no todas afortunadas) de estas prácticas artísticas. Una de ellas, muy notoria y sin embargo poco conocida, se encuentra en nuestra región, en Castilla la Mancha, en el pueblo conquense de Buendía. Allí nos dirigimos sin más preámbulos. Vámonos.